jueves, 13 de septiembre de 2007

MISERIAS y otros condimentos

Cualquiera sería capaz de elevarse para hacer frente con valor a una gran crisis, pero encarar las mezquinas contrariedades cotidianas con alegría, ¡Eso si que es tener coraje!”

Jean Webster.

Papaíto Piernas Largas.



Creo que todos, unos más otros menos, hemos tenido que enfrentar nuestros propios momentos de crisis. Siendo un paradigma la muerte de un ser querido. Cuando uno pasa por estas situaciones es normal ver en las personas que lo rodean sentimientos homogéneos, generalmente relacionados con la pena, la compasión, la lástima.


En cambio, nuestras pequeñas crisis privadas suelen pasar desapercibidas por el común de quiénes nos rodean. Y esto fomentado por nosotros mismos. Estamos acostumbrados a que no toda contrariedad es digna de sufrir públicamente. Entonces acarreamos en soledad el peso de nuestras diminutas penas.


Toma un vaso vacío. Colocalo bajo el grifo mal cerrado. Caen gotas. Intentos pobres de manantial. Uno no intentaría bañarse bajo una gota de agua. No hay nada más sencillo que eso. Pero en un vaso vacío es mucho. Es un cambio absoluto de identidad. Ahora es un vaso lleno. Cambió su naturaleza. Sólo hay que darle tiempo para que se encuentre lleno. Y entonces una gota se convierte en el factor determinante.


La famosa “gota que rebasó el vaso” es la metáfora perfecta para nuestras grises vidas. Más que grises, tristes.


Desestimamos las pequeñas miserias, como si fueran gotas en un gran río. Repudiamos a aquellos que nos confiesan sus penas, sólo porque no las podemos vivir en carne propia. Sólo viviendo la vida ajena podemos comprender el valor verdadero de las contrariedades diarias.


El dolor de la soledad.


El cansancio de la rutina.


La miseria de nuestras vidas.


No es mi intención ser pesimista. Pero es este intento de reflejar un pedacito de la realidad que me rodea que me vuelve de esta manera.


El vaso está medio vacío cuando hablamos de nuestros corazones.



Peluka

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es que creo que la mayoría de las veces necesitamos la gota que rebasa el vaso, necesitamos llegar al límite. Porque recién ahí nos damos cuenta de las cosas, aunque las sepamos de antemano, aunque no sean taan sorpresivas. No cambiamos nada hasta que tocamos fondo, para bien o para mal... hasta que algo nos da una cachetada y reaccionamos. Por instinto, por razonamiento, ya no importa... lo importante es haber sentido ese cambio. Esa necesidad.

Lo peor es cuando no pasa nada, cuando esa eficiente miseria se vuelve algo común, algo que elegimos, algo que nos mantiene ahí... sin sobresaltos. Pero sin vida. Sin ese cambio, sin ese miedo, sin esa maldita necesidad de sentir.

Y en el sentir es donde recobramos lo que somos, lo que nos arrebataron o lo que dejamos ir. Está en nosotros, en nadie más. Pero casi siempre hasta que no vemos el vaso rebasado no nos damos cuenta de qué tan real es.